Me siento liviana. Escucho el sonido de mi respiración mientras el resto se encuentra aislado. Cierro mis ojos mientras baja el ritmo de mis pulsaciones. Enciendo mis emociones. Me dejo llevar.
Muevo mis dedos y siento el movimiento del agua. La pequeña ola formada se mueve hacia mi rostro y lo moja un poco más. Mi cabello se mueve con fluidez y serenidad.
Me encierro en mi mundo, me concentro en mi respiración. No soy capaz de escuchar nada más. Muevo mis piernas y creo un par de olas en las que revolotea mi cabello.
Respiro profundo y exhalo el aire. Nunca había sentido tanta paz. Floto, me deslizo por la superficie acuosa con tanta liviandad como una pluma.
Lentamente abro los ojos y el sol me encandila. Levanto mi cabeza paulatinamente y siento como las gotas caen por mi rostro una a una. Comienzo a escuchar los sonidos del mundo y mi cabello se torna pesado. Mis pies se apoyan contra el suelo, ya no sienten el cosquilleo del agua. Mi torso es abrazado por el frío aire del exterior. Siento como mi cabello gotea por mi espalda. Me muevo hacia la salida con pesadez, me es difícil mover mis piernas en el agua.
Me detengo un segundo, y pienso en una analogía: nuestro mundo es como caminar en el agua. Las piernas se mueven con pesadez, nos abraza un aire frío y tenemos presiones en nuestra cabeza que nos llevan hacia atrás. Por otra parte, los sueños son como flotar: el precioso silencio se absorbe por cada poro de la piel, el cabello revolotea junto con las ideas, las piernas sienten el cosquilleo del agua, nuestra respiración se encuentra calma y serena. ¡Ay! qué lindo sería solo poder flotar más tiempo.