Las necesidades emocionales son las que más pesan, las que más exigen, las que más duelen. Son las que nos destruyen en segundos, que nos despedazan en totalidad. Son aquellas que no nos dejan en paz en ningún momento, que se encuentran siempre ahí, latentes.
A veces necesitamos que el viento nos acerque más que las hojas y que el mar nos traiga más que algas. A veces las nubes no deberían largar lluvia y el fuego no debería arder en los árboles, sino en nuestro alma. A veces la tierra no tendría que envolvernos en polvo, sino en su aroma a naturaleza viva.
Porque nuestro alimento no son solo calorías y azúcares. Porque somos alma y somos cuerpo, y usualmente, nos olvidamos de aquella parte que infunde vida a todo el resto.