No. Una palabra difícil de decir y difícil de escuchar. No importa que esté acompañada de otras palabras, estas solo intentan suavizar su impacto, hacerla sonar más sutil.
Decir que no. Marcar límites, a veces a lo desconocido, otras a un terreno ya explorado. Exponerse a la respuesta del otro, a su defensa.
Escuchar el no. Formar una coraza, protegernos lo más posible para evitar fracturas. Pero nos rompemos en pedazos de todas formas y el caparazón solo se asegura de que no perdamos ninguna en el camino.
Porque siempre leemos lo mismo: al que le dicen que no se le parte el corazón. Pero no hay una víctima en esta situación. Ambas partes son efectos colaterales de un desastre aún más grande: el rechazo humano a los límites.