Creí que en verdad me amaba, pero si lo hubiera hecho, todo esto no habría pasado. Tuve la ilusión de que todos aquellos días en los que la seguía por sospecha, en verdad ella sólo visitaba a su amigo. "Amigo". Me engañó todo este tiempo, y yo era consciente de ello. Siempre lo supe, pero en verdad no quise admitirlo. La vigilé día y noche para asegurarme que la corazonada que astillaba mi alma como una silla de púas no era real. Que todo era una quimérica situación, y que su amor no podía ser más puro y real. Pero no lo era. Al fin y al cabo, la verdad se hizo evidente, y su engaño aún más transparente. Enloquecí, pero ella no entendió por qué. Tomé distancia, me alejé de su alrededor, llevándome cada uno de los pedazos de mi cuerpo. Porque ella era mi mundo, y había logrado destruirme por completo.
Finalmente entendí. Ella nunca fue mía, y yo tampoco fui de ella. Porque nunca fuimos nada. Porque mis reclamos fueron en vano. Porque todo había sido una gran mentira. Toda la situación no había sido más que un reflejo en el espejo de mi imaginación. Me maquiné día tras día creyendo en nuestro amor. Amor inexistente, irreal. Finalmente lo entendí. La deseaba tanto, que literalmente enloquecí por su amor. Ella no fue más que una ilusión, y yo, el reflejo de esa bella creación. Era la sombra de la inexistencia. Entonces, si ella no existía, ¿quién era yo?
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