De vez en cuando, el cielo tiembla, hace ruido y nos despierta de golpe. Nos despierta del trance en el que vivimos, de esas vidas apresuradas, corridas constantes, de ese reloj que jamás se detiene.
El cielo se queja, se queja de como desperdiciamos nuestras vidas preocupándonos por cosas efímeras. Y una vez que capta nuestra atención, se pone a llorar.
Llora por como desperdiciamos el tiempo, como lo dejamos correr sin ningún arrepentimiento, haciendo filas para todo, siempre esperando a que llegue algo mejor. Mientras, la vida pasa sin detenerse, los segundos se convierten en minutos, los minutos en horas, las horas en días, y los días en años.
La vida se nos escapa, pasa desapercibida frente a nuestros ojos. Entonces, el cielo agoniza, libera su enojo sobre nosotros. Nos empapa con sus lágrimas, que se quiebran y rompen, frías, en nuestros cuerpos. Y tal vez ese impacto, ese contraste de temperaturas, algún día, nos haga entender como la vida se pasa y el tiempo no espera.
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