"No somos irrompibles", como hace un tiempo atrás escribió Elsa Bornemann. Podemos fracturarnos tanto en alma como en cuerpo. Una simple caída basta para robarnos un par de gotas de sangre y dejar una cicatriz destinada al olvido. Con solo golpear el suelo con fuerza podemos quebrarnos, partirnos. Un par de huesos pueden romperse, y eso tal vez, solo tal vez, nos genere un recuerdo menos pasajero.
Pero físicamente somos más fuertes que espiritualmente. Desde el momento que nuestro alma entra en contacto con la sociedad, se rompe. Vivimos con un alma rota, llevamos un espíritu quebrado en el pecho y nos creemos pasionales. Y lo somos. Pero a nuestra propia manera.
Esa materia incorpórea que llevamos dentro es como un espejo: refleja lo que se le coloque en frente. Pero si el espejo está roto, el reflejo también lo está, y eso frente al vidrio de plata deja de ser lo que es. Todo el tiempo confundimos nuestra pasión con cosas quebradas. Porque nosotros somos seres rotos.
Somos frágiles porque el paso del tiempo no nos cura, solo nos quiebra más. Cada destello de dolor deja una marca en nuestro pequeño espejito, que alguna vez, soñó con reflejar una bella y esplendorosa luz. Al final de nuestros días lo único que logramos ver son figuras confusas, porque nuestro espejo está tan roto, que ya nada puede verse con claridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario