viernes, 29 de abril de 2016

La ciudad de la furia*

En la ciudad de la furia todos somos fugaces, audaces, tenaces. Frenesí. Efervescencia. Fogosidad. Impulsos. Pasión. La ciudad de la furia va más allá. Nos llena, renueva, incita. Nos revitaliza. Estallidos de colores nos arrastran hacia el centro. Nos condenan, nos esclavizan. 

La ciudad de la furia es un torbellino. Nos cautiva y atrae hasta su médula. Nos transforma. Nos incendia con luces caleidoscópicas. Nos enciende. La ciudad de la furia entiende nuestro espíritu. Le da de comer a nuestras energías ocultas hasta lograr la saciedad. Pero estas no se llenan nunca, siempre necesitan más.

La ciudad de la furia es adictiva. Tan adictiva que nos consume. Nos consume sin darnos cuenta. Nos carcome la vida. La quita de nuestros cuerpos. En verdad, nosotros nos entregamos a ella. Las sensaciones en la ciudad de la furia son incomparables y escandalosas. Son mortales. Damos nuestra vida con gusto. Morimos con una sonrisa en la cara. Porque en la ciudad de la furia, sólo existe el placer.


*Inspiración:"En la ciudad de la furia" de Soda Stereo

viernes, 22 de abril de 2016

Muerte espiritual

Bajé a la cocina y observé mi vaso medio vacío. Desde mi punto de vista, las cosas siempre estaban siempre medio vacías, como mi alma. Me acerqué a la puerta y salí. Revisé mi bolsillo izquierdo y sentí la navaja que cargaba conmigo. Caminé sin rumbo y me perdí en aquella ciudad gris, nubosa, llena de seres monocromáticos. Sin embargo, a pesar de esta distinción yo era exactamente igual a ellos. Vacío y sin color.


Me detuve frente a una casa. Irradiaba cierta luz esplendorosa, sobresaliente de aquel mundo de cemento. Toqué a la puerta y esta se abrió levemente. Entré. Un cuerpo sin cara se alzaba frente a mis ojos. Tomé mi navaja y la clavé en el medio de su torso. Líquido escarlata brotó de sus entrañas. Una puñalada más. Y otra. Y otra. Elevé mi mirada y observé un par de ojos vacíos. Recorrí su rostro y me vi. El cuerpo se resquebrajó, cayendo estrepitosamente contra el piso. Se desvaneció. Parado en la escena del crimen, rodeado de muerte, nunca pude sentirme más lleno de vida.

domingo, 10 de abril de 2016

Miles de olas mueren en el mar. Miles de personas mueren en el mundo. Miles de pensamientos mueren en nuestras cabezas. Miles de sentimientos mueren en nuestras almas. Miles de palabras mueren en nuestras bocas. Rodeados de muerte, seguimos creyendo que estamos rodeados de vida. 

miércoles, 6 de abril de 2016

Memoria selectiva

Los seres humanos tendemos a discriminar miles de recuerdos que nos traen malas sensaciones. También se nos es transmitida un restringida parte de los recuerdos de otras personas. Y, como por si fuera poco, además de estar privados de grandes partes de la historia, aquellas que nos son transmitidas se encuentran sujetas a la subjetividad de aquel que las cuenta. ¿Entonces cómo es posible entender lo que realmente sucedió, si no podemos ver la película completa?

La memoria selectiva es algo inherente a los seres humanos. Recordamos las partes que más apreciamos, y las endulzamos aún más. Nos gusta la exageración y el espectáculo. Nos gusta ser admirados y observados por otros. Nos gusta ser el centro de atención aunque no lo admitamos. Hasta la persona más tímida e introvertida, aquella que dice querer pasar inadvertida, en verdad muere por un poco de atención. Muere porque un par de ojos se posen en ella y la observen con detenimiento, como ella mira a los demás. Complicado, ¿verdad?

Somos seres complejos, y nuestra complejidad llega a tal punto que ni nosotros mismos nos entendemos. No somos capaces de entendernos a nosotros mismos porque nuestra memoria selectiva quita parte de nuestros recuerdos. Nos priva de aquella película emotiva, que nos saca lágrimas y sonrisas y que se mira en retrospectiva. Nosotros mismos nos vamos borrando, eliminamos nuestra esencia de manera inconsciente, hasta el punto de perdernos en la gran magnitud de elementos despintados. Hasta perdernos en la infinitud de un pasado, sepultado y olvidado.

martes, 5 de abril de 2016

Diferencias determinantes


Normalmente tendemos a decir la palabra "quiero" millones de veces de manera inconsciente. Los seres humanos no sabemos lo que decimos. No tenemos control sobre el uso de nuestro propio lenguaje, aunque creemos que sí. Así como tampoco tenemos el control de nuestras vidas o acciones. 

Nos encontramos condicionados por los deseos reprimidos, los sueños frustrados y las exigencias de la sociedad. También somos víctimas de miedos generados por nosotros mismos. Obedecemos constantemente a estos "monstruos", sin siquiera dar cuenta de ello. Perdidos en nuestro propio ser encontramos voces que nos guían a salir, muchas veces por los caminos incorrectos. Aquí es donde las malas decisiones llegan, cuando se cambia lo eterno por lo pasajero. Donde se cambia el querer por el deseo. 

Dos factores determinantes de nuestra vida. Ninguno es la luz o la oscuridad, aunque en verdad, ¿quién es capaz de definir lo que es correcto o incorrecto? Es imposible crear un concepto objetivo de estos términos. Todo se empapa de subjetividad, de nosotros, pero si nosotros no sabemos quienes somos ¿cómo lo saben las palabras que utilizamos?

Es sabido que hay cosas que no deben confundirse jamás, existen reglas de oro en la vida que nos rigen. Una de esas cosas es el deseo y el querer. Desear es algo constante que a veces se reprime, otras no. Es aquello que surge de manera espontánea en la ignorancia de nuestro saber. Es ese "algo" que nos moviliza sin entender, que nos lleva ciegos, normalmente a un callejón sin salida. Sin embargo, querer es algo más profundo. Ay, querer. Se desarrolla con el tiempo y a paso lento. Muy pocos lo generan, muy pocos lo perciben. Querer en este mundo es difícil. Querer se encuentra en la recta final del amar, es el "casi". Una de las últimas paradas antes de destino. El querer nos llena, inunda de sensaciones. También nos lleva ciegos, pero a un destino particular y desconocido. El problema con el querer, es que muchos se bajan antes de la última parada y se pierden el destino final. Otros siguen y no bajan del tren en su última estación. Se quedan en el vagón, miedosos, conformándose con el querer, sin saber apreciar que el querer también es algo pasajero que conduce a lo eterno. 

El problema con el tren del querer, con esa línea recta, ese recorrido largo y pasivo, es que no espera para siempre. Sus puertas se cierran en determinado momento. Muchos quedan atrapados dentro del tren, atascados sin avanzar. Otros, no logran subir, atascados en el deseo de encontrarse en marcha. ¿Y qué pasa con aquellos que no bajan en la última estación? Allí las puertas también se cierran, pero la diferencia con los del inicio del recorrido, es que allí se pierde todo. Saltar del tren, salir de esa seguridad que brinda el querer es fundamental para seguir avanzando libres. El querer nos retiene en una línea, el amar, nos deja recorrer todo el campo.

Muchos de nosotros estamos atascados en el querer, por eso, nunca nos olvidemos de saltar del tren.