Normalmente tendemos a decir la palabra "quiero" millones de veces de manera inconsciente. Los seres humanos no sabemos lo que decimos. No tenemos control sobre el uso de nuestro propio lenguaje, aunque creemos que sí. Así como tampoco tenemos el control de nuestras vidas o acciones.
Nos encontramos condicionados por los deseos reprimidos, los sueños frustrados y las exigencias de la sociedad. También somos víctimas de miedos generados por nosotros mismos. Obedecemos constantemente a estos "monstruos", sin siquiera dar cuenta de ello. Perdidos en nuestro propio ser encontramos voces que nos guían a salir, muchas veces por los caminos incorrectos. Aquí es donde las malas decisiones llegan, cuando se cambia lo eterno por lo pasajero. Donde se cambia el querer por el deseo.
Dos factores determinantes de nuestra vida. Ninguno es la luz o la oscuridad, aunque en verdad, ¿quién es capaz de definir lo que es correcto o incorrecto? Es imposible crear un concepto objetivo de estos términos. Todo se empapa de subjetividad, de nosotros, pero si nosotros no sabemos quienes somos ¿cómo lo saben las palabras que utilizamos?
Es sabido que hay cosas que no deben confundirse jamás, existen reglas de oro en la vida que nos rigen. Una de esas cosas es el deseo y el querer. Desear es algo constante que a veces se reprime, otras no. Es aquello que surge de manera espontánea en la ignorancia de nuestro saber. Es ese "algo" que nos moviliza sin entender, que nos lleva ciegos, normalmente a un callejón sin salida. Sin embargo, querer es algo más profundo. Ay, querer. Se desarrolla con el tiempo y a paso lento. Muy pocos lo generan, muy pocos lo perciben. Querer en este mundo es difícil. Querer se encuentra en la recta final del amar, es el "casi". Una de las últimas paradas antes de destino. El querer nos llena, inunda de sensaciones. También nos lleva ciegos, pero a un destino particular y desconocido. El problema con el querer, es que muchos se bajan antes de la última parada y se pierden el destino final. Otros siguen y no bajan del tren en su última estación. Se quedan en el vagón, miedosos, conformándose con el querer, sin saber apreciar que el querer también es algo pasajero que conduce a lo eterno.
El problema con el tren del querer, con esa línea recta, ese recorrido largo y pasivo, es que no espera para siempre. Sus puertas se cierran en determinado momento. Muchos quedan atrapados dentro del tren, atascados sin avanzar. Otros, no logran subir, atascados en el deseo de encontrarse en marcha. ¿Y qué pasa con aquellos que no bajan en la última estación? Allí las puertas también se cierran, pero la diferencia con los del inicio del recorrido, es que allí se pierde todo. Saltar del tren, salir de esa seguridad que brinda el querer es fundamental para seguir avanzando libres. El querer nos retiene en una línea, el amar, nos deja recorrer todo el campo.
Muchos de nosotros estamos atascados en el querer, por eso, nunca nos olvidemos de saltar del tren.