Bajé a la cocina y observé mi vaso medio vacío. Desde mi punto de vista, las
cosas siempre estaban siempre medio vacías, como mi alma. Me acerqué a la
puerta y salí. Revisé mi bolsillo izquierdo y sentí la navaja que cargaba
conmigo. Caminé sin rumbo y me perdí en aquella ciudad gris, nubosa, llena de
seres monocromáticos. Sin embargo, a pesar de esta distinción yo era
exactamente igual a ellos. Vacío y
sin color.
Me detuve frente a una casa. Irradiaba cierta
luz esplendorosa, sobresaliente de aquel mundo de cemento. Toqué a la puerta y
esta se abrió levemente. Entré. Un cuerpo sin cara se alzaba frente a mis ojos.
Tomé mi navaja y la clavé en el medio de su torso. Líquido escarlata brotó de
sus entrañas. Una puñalada más. Y otra. Y otra. Elevé mi mirada y observé un
par de ojos vacíos. Recorrí su rostro y me vi. El cuerpo se resquebrajó,
cayendo estrepitosamente contra el piso. Se desvaneció. Parado en la escena del
crimen, rodeado de muerte, nunca pude sentirme más lleno de vida.
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