martes, 18 de octubre de 2016

Abismos.

Mis ojos se cierran, una nueva lágrima cae. Miro hacia adentro. No puedo ver más que un alma destrozada. Pedazos caídos. Algunos se clavan en mis huesos hasta romperlos. Otros se incrustan en mis órganos hasta hacerlos sangrar. Tan abstracta, pero causante de semejante catástrofe. 
Pequeños espacios oscuros se esparcen por la totalidad de mi cuerpo. Algunos más grandes, otros más negros, pero todos tan profundos que impiden ver su fondo. Son como torbellinos que arrastran todo a su paso. Tinieblas. Abismos. Mi alma se compone de miles de ellos, lugares recónditos en donde oculto sentimientos. Son como llagas: tocarlos hace que hasta grite del dolor. Son una carga pesada, casi insoportable. 
Abro mis ojos, ya no soy capaz de ver mi alma rota. Todo se oculta en las tinieblas. Grandes agujeros negros se presentan ante mí. Abismos. Emano terror por cada uno de mis poros. No lo soporto más. El dolor me consume. Resisto, me aferro a esa pequeña llama de luz que aún brilla, aquella que puede salvarme. El dolor se torna insoportable. Soplo ese fuego que pretendía ser mi salvación. Me entrego al dolor. Me entrego a esos abismos que viven dentro de mí y ahora se presentan ante mí. Me entrego a mi alma quebrada, me reparto en todos sus pedazos. Ahora no hago más que verme a mí misma, un cuerpo tan roto y cubierto de oscuridad, que el cielo no puede hacer otra cosa que llorar en soledad.

1 comentario: